Hoy estoy de estreno. El sol, el aire, los colores, el canto de los pájaros, me parecen nuevos. Incluso los irritantes bocinazos de los autos, y los gritos de los vecinos. Puedo ver todo con nuevos ojos. Percibir el entorno con los sentidos aguzados.

 

¿Saben que ocurre? Regreso de una guerra. Fue muy dura y agotadora, porque se libró en mi propio cuerpo.

 

Tuve que luchar día a día, no solo contra mi atacante, sino también con el desánimo, el miedo, la incertidumbre. El amor de los míos fue un escudo protector que me contuvo, pero la pelea fue agotadora, y en gran modo, con la parte negativa de mí misma.

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Mi enemigo me debilitó, cambió mi fisonomía, me interpuso trabas para que tropezara. La imagen de mi familia no me permitía caer ni darme por vencida cuando sentía que se me agotaba la artillería… La constancia, la fe, la energía que uno desconoce, guardada en el interior, salió a relucir cuando pensé que no tenía más fuerzas. Y salí victoriosa en la contienda: mis ángeles de bata blanca me anunciaron que estaba libre de cáncer, curada.

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Estoy viva.

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Me miro al espejo, desnuda. Veo mi cabeza pelada, y la cicatriz que atraviesa mi pecho. El cabello crecerá, y lo que a más de uno le parecería una mutilación, yo lo veo como un recordatorio de que el mal se fue con mi mama. Por ahora no pienso en una reconstrucción. Mi esposo besó con devoción la huella de la mastectomía, y me conmovió profundamente. Al filo de la muerte, desaparecen algunos parámetros estéticos, o, al menos, pierden protagonismo. Prevalece el amor. El amor lo es todo...

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Así que vuelvo a contarles: estoy de estreno. Estreno la vida…